¡Que viva mi suegra!... Pero que viva bien lejos

chino bravo
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La mamá de la novia cree que ganó un hijo. La mamá del novio cree que perdió uno. El papá de ella teme que a la niña de sus ojos su marido no la trate como a una princesa. El papá de él cree que le llegó la hija que nunca tuvo. Y en medio de tantas expectativas lo más probable es que lo único que los recién casados quieran sea formar rancho aparte.


Un estudio hecho en Italia encontró que las probabilidades de que un matrimonio dure aumentan con cada cien metros que las parejas pongan entre ellas y sus familias políticas. La razón es clara: de por sí es difícil empezar una vida de casados, que es un aterrizaje en la realidad cuando se acaba de pasar por la etapa de idealización del otro. Y se hace aún más complicada la situación si los esposos deben cargar con las necesidades afectivas de unos padres que no han podido romper el cordón umbilical con sus hijos.

Nelly Rojas, psicóloga y autora del libro Ser amigos para ser amantes, asegura que hay pistas que deberían alertar a los novios de lo que les espera: “Se encuentran principalmente en la historia familiar; si por ejemplo él es muy controlado y debe rendirles pleitesía a los suyos o si ella es sobreprotegida. Pero durante la conquista los novios están tratando de ganarse a sus suegros y raramente detectan las señales. Si todos los fines de semana invitan a la nuera a la finca, ella pensará en un principio: ‘¡Qué personas más queridas!’, aunque luego empiece a sentir que la asfixian”.

La especialista comenta que una mala relación con los padres de la pareja es una de las causas más frecuentes de consulta. No es casualidad que algunas encuestas expongan que un cuarto de las parejas divorciadas reportan que esos terceros tuvieron que ver con el fin del matrimonio. Incluso tanta cercanía puede ser nociva para la salud: según la página web The Daily Beast, en el 2008 un estudio japonés demostró que las mujeres que vivían en casas familiares eran tres veces más propensas a sufrir problemas del corazón que las que solo vivían con su marido. La alarma también debe encenderse cuando se hace evidente que la vida de los padres gira exclusivamente en torno al hijo que se está independizando. De esta manera, el síndrome del nido vacío los va a golpear más duro. En madres que se han quedado solas, hay casos en los que su primogénito cumple las veces de marido. “Y no solo hay que revisar lo afectivo, sino lo económico, especialmente en las familias tipo clan o cuando el hijo es el soporte. No está mal pedir capitulaciones, lo que genera resentimiento es coger a la pareja a mansalva sin una conversación previa”, explica.

Por eso los expertos coinciden en que el error más frecuente de los suegros es entrometerse en la vida de los esposos. “La familia colombiana tiende a ser aglutinada, no hay paseo sin suegra”, advierte la terapeuta Evelyn Peckel. “Se asume que así debe ser y se repiten patrones como reunirse todos los domingos para comer ajiaco porque las parejas tienden a la endogamia, a replicar lo que vivieron en su casa, cuando en realidad se necesita una exogamia debido a que es un hogar diferente. Cuando dos personas se unen deben primero haber pasado por un proceso de autonomización, pero muchas ni siquiera se han independizado de sus familias”.

A algunos padres les cuesta entender que con el matrimonio las dinámicas cambian. “No ven a la nueva familia como una entidad aparte, sino como un apéndice y es entonces cuando caen en acciones como llamar a su hijo a saludarlo, a las seis de la mañana, sin respetar sus espacios, o se aparecen sin avisar para fiscalizar si todo está en orden y con un mercado para que su ‘chiquito’ no pase hambre. No reconocen que en jerarquía pasaron a un segundo plano, ahora esposo y esposa son la prioridad”, agrega Rojas. Es usual que opinen desde cómo se hace el aseo hasta la crianza de los bebés cuando estos llegan. “Pero es una relación de doble vía y en ocasiones son los mismos hijos los que promocionan estas actitudes, como cuando dejan todo el tiempo a los padres a cargo de sus niños, pero luego tienen problemas porque los desautorizan frente a ellos”, opina Peckel.

Aunque en el mito urbano la mala fama la carga la mamá de la novia, el rol de “arpía” no es exclusivo de ella y los recién casados no siempre son las víctimas: “He encontrado que los hijos varones actúan con sentimiento de culpa y permiten que la mamá los maneje con llanto, quejándose de su abandono. En las hijas se ve una relación de dependencia hacia sus padres, buscan su aprobación”, cuenta Rojas. Sin embargo, la psicóloga Terri Apter insinúa en su libro What Do You Want from Me? que la relación más complicada se da entre suegra-nuera, porque las mujeres son más “territoriales” y quieren mantener el poder. “Una hija es mejor reafirmándoles a sus padres que ella seguirá siendo su niñita, pese a que su vida cambie y establezca nuevos límites. El hombre no es tan bueno ni para garantizarle a su madre que seguirá teniendo un rol en su vida ni para confrontarla”.

Pero no hay que generalizar. Sin importar el género algunos padres incurren en otro error común: darle de todo a la nueva pareja. “Eso no ayuda a los hijos a crecer y puede venir una cuenta de cobro que se manifiesta en órdenes y en el derecho para meterse en sus asuntos”, asevera Rojas. También operan con un chantaje afectivo en el que se victimizan por sentirse desplazados.

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